¿Qué pasó ayer (27-sep) en el centro de acopio del Estadio Olímpico universitario? – Tomar la fábrica sin los obreros

Ayer estuve en la asamblea convocada en el Estadio Olímpico tras la expulsión de los funcionarios universitarios que estaban a cargo del acopio, intentando entender qué había pasado en las horas anteriores y qué iba a pasar a partir de ese momento. Comparto lo que saqué en claro.

El 27 de septiembre por la mañana una asamblea convocada improvisadamente decidió que las autoridades universitarias que coordinaban el acopio del estadio (Raúl Flores, Mireya Imaz, Juan José Montiel) debían ser expulsadas. En el comunicado en que la asamblea explica sus motivos se relata que sus integrantes identificaron que un camión se dirigía a una base militar en Oaxaca, lo que se apresuraron a evitar en concordancia con su convicción de que la forma en que el Estado distribuye la ayuda es (por decir lo menos) inadecuada. Acto seguido, afirma el escrito, acordaron con los responsables universitarios redirigirlo a un punto de acopio ciudadano (con Natalia Toledo). El documento continúa explicando que el camión salió en la madrugada con una escolta policiaca y que el chofer reportó más tarde, vía telefónica, que había entregado los víveres en oficinas de SEDESOL Oaxaca (y no a Toledo). Aquí Proceso resume el comunicado.

Según entiendo, los funcionarios universitarios fueron de algún modo notificados por los asambleístas de que se les exigía retirarse, y prefirieron evitar la confrontación y abandonar el lugar junto con el personal universitario a su cargo. La rectoría emitió un comunicado a las 14:30hrs deslindándose del acopio y aportando información (agregada) sobre las toneladas, envíos y destinos de los víveres. Sin sus funcionarios a cargo, la UNAM anunció que no asumía responsabilidad por el destino de lo que allí quedaba y de lo que llegara a partir de entonces. El periódico Reforma hizo eco del comunicado en una nota titulada “Pierde UNAM control de centro de acopio”, y El Universal hizo lo propio. Con esto el centro de acopio perdió legitimidad, ya que muchas personas que donaban víveres o trabajo sobre la base de su confianza en la institución universitaria (entendida aquí como sus autoridades) tuvieron razones para dudar. A modo de indicio y ejemplo de este fenómeno, les pongo los mensajes que circularon en el grupo de Whatsapp de la impresionante brigada de motociclistas que hacía base en Ciudad Universitaria desde la semana pasada:

La asamblea decidió convocar otra asamblea, para la noche, y allí fui a dar. Pero además de asomarme aproveché para indagar cómo funcionaba el centro de acopio antes de estos hechos, y mejor empezamos por ahí.

El centro de acopio del Estadio Olímpico se estableció el mismo martes 19, y por su escala supongo que se convirtió en uno de los más importantes del país. Quedaron a cargo de él un puñado de funcionarios de la UNAM, que pronto fueron desbordados por miles de voluntarios (universitarios o no). Las personas que traían donaciones estacionaban sus vehículos en la lateral de Insurgentes y allí todo era descargado y trasladado por una o varias cadenas humanas hasta el estadio, donde otros voluntarios se encargaban de clasificarlo, embalarlo y etiquetarlo. Al principio hubo improvisación, dificultad para establecer cadenas de comunicación y responsables. Las autorizaciones se elaboraban a mano, y sólo la DGACO llevaba algún control sobre lo que entraba y salía.

Conforme pasaron los días y se fueron observando los problemas y conociéndose las personas, la estructura fue adquiriendo un mayor grado de sofisticación y consistencia. En lo que toca a la organización del trabajo, se crearon equipos de personas especializados en cada tipo de víveres (medicamentos, ropa, alimentos, herramientas), así como una comisión de seguridad, y se nombraron coordinadores para cada subestructura (así como relevos). A los voluntarios nuevos se les pedía que se formaran y en orden de llegada se los mandaba a reportarse con los coordinadores para que les indicaran en qué podían apoyar. Nunca se negó el acceso a nadie que quisiera ayudar, excepto a partir de las 12 de la noche, por cuestiones de seguridad.

El otro gran tema era la toma de decisiones para autorizar los envíos y el control de los mismos. El acceso al estadio para fines de carga de vehículos estaba restringido: nadie podía pasar a servirse por su cuenta. Todos los que quisieran llevarse algo tenían que presentarse frente a alguna de las personas legitimadas para autorizar –dos funcionarios universitarios y, a partir del jueves, dos estudiantes que hacían relevos- y explicarles quiénes eran, qué querían, a dónde pensaban llevarlo y cómo.

requisitos

Los solicitantes debían dejar sus datos. En un comienzo se los registraba a mano en hojas simples, pero a partir del sábado se generalizó el uso de un formato estándar (creado por estudiantes voluntarios) en el que dejaban todos sus datos de identificación y los de su vehículo, y que además tenía el listado de objetos que debían entregárseles y la firma de uno de los autorizadores. Una vez cubierto este procedimiento obtenían acceso al estadio, donde los voluntarios de cada túnel cargaban sus vehículos con lo que sea que se hubiera autorizado. Para salir debían mostrar nuevamente el formato, y quedaban comprometidos de palabra a enviar una fotografía en el lugar de destino.

autorización centro de acopio

En el caso específico de las medicinas, los responsables del túnel respectivo –para serlo era indispensable tener conocimientos farmacológicos- me dijeron que realizaban su propio segundo filtro para medicamentos controlados, pidiendo a quienes pretendían llevarse este tipo de sustancias que exhibieran su cédula profesional, documentos que los acreditaran como trabajadores de centros de salud o que proporcionaran el contacto de sus puntos de recepción.

Los voluntarios que llevaban días colaborando en el estadio con los que hablé –de seguridad, medicamentos, alimentos y uno de los autorizadores estudiantiles- me comentaron que se tenían confianza entre sí y al sistema de autorización de envíos, aunque entendían que no era perfecto. Por más que los solicitantes pasaran por filtros y formatos, dejaran todos sus datos personales y de contacto, y se fotografiaran sus vehículos y placas, era factible que una vez afuera tomaran decisiones cuestionables sobre el destino del acopio. En algunos casos se pidió a la brigada de motociclistas que se adelantara a los sitios para confirmar las necesidades que los solicitantes reportaban, en otros se estableció comunicación directa con los centros médicos de destino antes de soltar las medicinas controladas, y para los envíos masivos (10 toneladas o más) se establecía contacto de antemano y confirmación en el punto de destino, pero lo cierto es que no hay forma de evitar un margen de incertidumbre. En estado de emergencia hay que encontrar algún tipo de equilibrio entre certeza y eficiencia, porque, necesariamente, mientras más filtros y controles se colocan, más energía y tiempo se invierte en eso y menos ágilmente fluye la ayuda.

Una nota al paso. El tema de las decisiones de distribución en el terreno es mucho más complicado de lo que parece a simple vista. Aparentemente hay dos criterios con los cuales juzgarlas: que quien distribuye no obtenga un beneficio y que los víveres se entreguen a quienes lo necesitan. Dedicaré otro texto a discutir el tema, pero por lo pronto sólo quiero adelantar dos ideas: 1) no siempre es obvio cómo hacer para NO obtener un beneficio cuando se está ayudando (pues quien ayuda no puede controlar la gratitud de los demás); 2) no siempre es fácil decidir quiénes son “los que necesitan”, qué necesitan y en qué orden atenderlos. Para ilustrar esto, imagine que usted llega cargado de alimentos y buena voluntad a un lugar que requiere muchos víveres, pero no trae suficientes para todos. ¿Cómo va a tomar sus decisiones de distribución?, ¿orden de llegada?, ¿evaluación detallada de cuánta hambre tiene cada quién?, ¿niños y embarazadas primero?, ¿los que tienen hambre por causa del temblor reciben, y los pobres que tenían hambre desde antes no?, ¿asamblea popular con la gente hambrienta?

Volvamos a la asamblea de ayer por la noche. Lo primero que hay que aclarar es que la retirada de las autoridades y el personal universitario no desmanteló la estructura de los voluntarios, que siguió recibiendo, clasificando, autorizando y hasta entregando, aunque sí disminuyó el flujo de víveres y la velocidad del trabajo. Lo segundo es que la asamblea se convocó con poca anticipación, a ella llegó quien se enteró y la composición de la masa humana que se dispuso a instalarla era muy heterogénea. Algunos eran enviados de las asambleas de sus facultades o escuelas, otros eran miembros de esas asambleas pero no habían recibido ese mandato, otros más simplemente eran estudiantes universitarios. También había los que no eran universitarios pero habían colaborado poco, mucho o muchísimo en el trabajo del centro de acopio, y los que ni lo uno ni lo otro pero querían participar porque, aducían, el acopio era “del pueblo” y ellos eran “el pueblo”.

Con ese punto de partida, el tema de la acreditación (¿a quién le toca decidir?) fue muy difícil de sortear. En un momento se impuso a los gritos que sólo podrían participar de la asamblea los universitarios con credencial y se estableció un filtro en la puerta. Esto dejó muy insatisfechos a los que eran trabajadores del acopio y a los que eran “el pueblo”. Entonces se determinó que podían participar los coordinadores de cada área del acopio –al fin y al cabo ya estaban adentro- y los universitarios con credencial. “El pueblo” siguió descontento, pero por un momento le fue imposible imponerse y se quedó afuera, mientras adentro de las rejas comenzaba a juntarse la masa acreditada y arrancaba la disputa por nombrar a los miembros de la mesa.

Las personas que simultáneamente eran miembros “del pueblo” y tenían credencial universitaria (gracias a lo cual se les había franqueado el paso), comenzaron a gritar en la proto-asamblea que “el pueblo” debía pasar. Identifiqué, gracias a mis horas de vuelo en asambleas de la Facultad de Filosofía y Letras, a militantes de la Asamblea Nacional de Usuarios de la Energía Eléctrica, del Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior, de la Coordinadora Socialista Revolucionaria, del Movimiento de los Trabajadores Socialistas, del Colectivo Carlos Marx de la Facultad de Filosofía y Letras, del Grupo Internacionalista y de un par de grupos más de filiación trotskista cuyos nombres ya no me sé. Seguro que habría otros colectivos y organizaciones de izquierda radical de cuya existencia ni siquiera estoy al tanto.

En lo que se decidía si primero se decidía quién integraría la mesa o si era prioritario decidir si se dejaba pasar al “pueblo”, una chica que cuidaba la puerta llegó corriendo para decir que los “miembros del pueblo” habían comenzado a abrirse paso a golpes y ya no habían podido detenerlos. A algunos de los recién llegados se les confrontó pidiéndoles su credencial universitaria, a lo que ellos repusieron (aclaro: soy testigo) que la habían olvidado, que justo no se acordaban de su NIP para acceder a su historial académico y que los que solicitaban la acreditación eran “lacayos” de las autoridades universitarias y porros cuya intención era desviar el acopio para que el Estado lo usufructuara. Un “miembro del pueblo” complementó estas acusaciones espetando a los que le pedían credencial que actuaban embriagados por el pequeño poder que se les había concedido al nombrarlos coordinadores de distintas áreas del acopio, y, una vez más, que los víveres los había donado el pueblo, por lo que sólo “el pueblo” estaba legitimado para administrarlos.

Al final los “miembros del pueblo” se quedaron, supongo que porque nadie se dispuso a sacarlos de la misma forma en que habían entrado. Se instaló por fin la mesa y se abrió la sesión con unas 200 personas. Lo primero que aparentemente se decidió es que la asamblea no era representativa de los estudiantes porque no había suficientes delegados de las asambleas de las facultades y escuelas, por lo tanto no podía decidirse qué se hacía con el acopio en esa instancia –únicamente estaba teniendo lugar una “junta informativa”. Los “miembros del pueblo” estuvieron de acuerdo, agregando que las autoridades universitarias no debían tener nunca más participación en ninguna decisión al respecto, e incluso pidieron a gritos que se expulsara a dos personas de la asamblea: un hombre a quien se acusó de ser coordinador de equipos deportivos de la universidad y una “provocadora” que era “porra”. Ignoro si tuvieron éxito.

Cada tanto conseguía hacerse con la palabra alguno de los voluntarios que trabajaban en el acopio. Rara vez “el pueblo” los dejaba terminar, pero alcancé a escuchar dos intervenciones. Una mujer que se identificó como egresada de Filosofía y Letras y como voluntaria en el Estadio dijo que sin la legitimación de la universidad el centro de acopio iba a morir porque la gente dejaría de confiar en él, y que era necesario alcanzar algún acuerdo con las autoridades para que se restablecieran los mecanismos que permitían acopiar y enviar las cosas, tal vez complementados con mayor transparencia. Un rato después intervino un joven diciendo que la parálisis del centro de acopio lo torturaba, porque él había venido sólo a ayudar a México y en esos momentos había niños con hambre a los que había que auxiliar de forma urgente. Terminó su intervención con la voz quebrada suplicándole a la asamblea que restableciera la funcionalidad del acopio.

Los voluntarios del acopio con los que charlé estaban inquietos ante el panorama. Los médicos se sentían inseguros de entregar medicamentos controlados sin el respaldo de la universidad. Uno de los responsables del área de herramientas (no era alumno de la UNAM) que llevaba varios días en el acopio me dijo que le parecía mal la asamblea, que las cosas ya funcionaban de una forma aceptable y era malo que se hubieran detenido. Concluyó diciendo que prefería irse a ayudar al acopio de la Alberca Olímpica, y a una voluntaria recién llegada de la Facultad de Ciencias la disuadió de quedarse: ambos se fueron juntos. Dos personas en el área de alimentos para bebés me comentaron que estaban allí sólo para ayudar a México, y que no les interesaba participar de la asamblea, sólo que se resolviera pronto para poder restablecer el trabajo. Los de seguridad (estudiantes de ingeniería y arquitectura) estaban preocupadas por el resguardo de los víveres acumulados y del mismo estadio: había cosas muy valiosas y su pequeña comisión resultaría insuficiente si se atacaba de algún modo al centro de acopio.

Los voluntarios del área de medicamentos procesaron y autorizaron por su cuenta la carga de un camión pequeño que iba a Morelos, y mientras en la asamblea se decidía si había o no representación universitaria o popular, lo cargaron de víveres con arreglo a su protocolo. También trasladaron medicamentos sensibles a la Facultad de Medicina porque decidieron que mantenerlos en el estadio, habida cuenta de la incertidumbre sobre la nueva organización del centro de acopio, era riesgoso. Los asambleístas ignoraban a tal punto el funcionamiento del acopio en el estadio y fueron tan indiferentes ante la inconformidad de los que trabajaban en cada sección que ni siquiera se les ocurrió que, en paralelo a su acalorada deliberación, los víveres podrían estar siendo evacuados. El silencio de todos los voluntarios que estaban al tanto de los movimientos y su esfuerzo colectivo por extraer las cosas en forma discreta es la prueba más pura de la profunda desconfianza que les inspiraba la asamblea, y también de que la confianza y solidaridad entre ellos, forjadas en el trabajo durante la semana, había generado lealtades más fuertes que cualquier ilusión de representatividad popular asamblearia. Sólo así me explico que no hubiera uno sólo que traicionara a sus compañeros y fuera a denunciar “el robo” del que “el pueblo” estaba siendo víctima.

Me fui a las 12 de la noche y la asamblea continuaba, aunque ya mucha gente se había ido (tanto de la asamblea como de sus puestos de trabajo en el centro de acopio). Aún no había resolutivos, más allá de lo que había oído horas antes: no podían alcanzarse resolutivos en esas condiciones de falta de representatividad. La última discusión que escuché giraba en torno a si la asamblea para decidir qué se haría con el acopio debía convocarse al día siguiente, o bien debía esperarse un día más para que al día siguiente sesionaran las de las facultades y luego la que decidiera sobre el centro de acopio, o bien era indispensable esperar otro día más para que al día siguiente del siguiente sesionara una interuniversitaria y ya ahí (o luego) se viera qué hacer con el acopio del Estadio.

Hace algunas horas se publicó una crónica en La Izquierda Diario (órgano de comunicación del Movimiento de los Trabajadores Socialistas) que tiene un tono distinto a la presente, pero también la indudable ventaja de que su anónimo autor parece haberse quedado hasta el final y nos lo relata así:

La confusión desatada entre la comunidad estudiantil, hizo que durante dicha sesión se pidiera mostrar la credencial de estudiante para acceder al espacio de asamblea. Una medida desproporcionada, si se toma en cuenta que hay estudiantes que se vieron afectados por el sismo, y que excluye al conjunto de la población que se volcó masivamente a dicho centro desde las primeras horas que siguieron al sismo.

Finalmente, como parte de los acuerdos los estudiantes hicieron el llamado a continuar con las brigadas por facultades para iniciar una coordinación con el acopio del Estadio Olímpico, y que sean éstas quienes garanticen el traslado de acopio a otras comunidades. Además, definieron que el acopio mantendría sus actividades normales y [sic] hicieron el llamado a nutrir la asamblea Inter-UNAM el día viernes 29, a las 17 horas en las Islas de Ciudad Universitaria.

Los resolutivos no son especialmente claros, aunque se trasluce que los asambleistas contaban con que los voluntarios siguieran trabajando con normalidad. Lo que de hecho ocurrió al día siguiente es que quienes administraban en los hechos el centro desconocieron a la asamblea y pusieron al acopio del estadio nuevamente en manos de las autoridades universitarias, que anuncian en este comunicado su clausura. En este video uno de ellos dice que:

nosotros nunca citamos asamblea aquí, porque aquí no veníamos a hacer actos políticos […] nosotros venimos a hacer ayuda humanitaria. Si esa ayuda a alguien no le conviene, si esa ayuda a la asamblea no le gusta, pues nos gustaría a nosotros saber qué va a pasar con todo el trabajo que desarrollamos durante 7 días completos […] Es muy fácil venir y decir “es que yo estaba en otro lado y por eso no vine, pero ahorita entrégame el control de algo que está funcionando y está funcionando bien, y yo lo voy a manejar a mi consideración y a mi criterio”, cuando ni siquiera conocen cómo funciona el centro […]

Es interesante observar cómo la intervención en el acopio de las asambleas universitarias y de los múltiples espacios de política radical vinculados a ellas resultó a tal punto intempestiva e ineficiente que no fueron capaces de legitimarla ante las personas a las que pretendían darles instrucciones. Era evidente que las autoridades universitarias desconocerían el acopio si su personal ya no estaba involucrado en la gestión, pero la ruptura con los voluntarios del estadio –quienes estaban organizados, sabían qué y cuánto había, dónde se ubicaba y cómo se embalaba, a quién se entregaba y con qué procedimiento- no era inevitable (tan es así que siguieron trabajando todo el día, sin autoridades ni apoyo logístico de la Universidad). Los asambleístas confiaron en que todo el mundo compartiría instantáneamente su diagnóstico de la situación (que las autoridades de la universidad eran parte del Estado, y por tanto enemigas “del pueblo”, quien estaría mejor representado por una asamblea popular-estudiantil que por cualquier esquema en el que los funcionarios participaran) y que eso bastaría para legitimarlos. No fue así, porque la legitimidad en el estadio se había ganado trabajando, y los voluntarios cuya confianza era indispensable obtener para mantener al acopio funcionando prefirieron darle la espalda a las personas a las que nunca habían visto colaborar con ese esfuerzo.

A lo anterior hay que agregar que la alternativa que propusieron a la estructura orgánica, de decisión y de confianza que se había formado durante una semana de trabajo fue una asamblea en la mañana que resolvió convocar a una asamblea en la noche, en la cual la acreditación se obtuvo a gritos, insultos y empujones y cuyo único resolutivo, tras sesionar durante más de cinco horas, fue convocar a otra asamblea –y dejar al centro de acopio en la incertidumbre. La otra fuente de legitimidad en el acopio era la eficiencia: lo que mantenía a las personas al pie del cañón era el imparable flujo de más de 900 toneladas de víveres, que, a partir de que se establecieron los mecanismos de coordinación y decisión que he descrito, entraban y salían con una velocidad vertiginosa.

Por otra parte, es de criticarse que los funcionarios universitarios no se adelantaran a la demanda de transparencia, y que el comunicado en el que se enlistan los envíos, destinos y toneladas se publicara sólo a raíz de su expulsión del centro de acopio. La UNAM es grande, plural y se hace mucha política dentro y a través de ella. Para actuar allí es mejor asumir que la desconfianza existe y el conflicto puede estallar en cualquier momento. Además, si bien ignoro las circunstancias concretas en las que a los funcionarios se les exigió abandonar el centro de acopio y cuál habrá sido su evaluación sobre la confrontación, dejar el estadio (con todos esos voluntarios, materiales y medicamentos) a su suerte es irresponsable. Las personas que confiaron en la institución universitaria para depositar sus donativos (yo incluido) no podemos estar conformes con la explicación de que “la UNAM perdió el control de su centro de acopio”. Está bien reconocer que ya no lo controlas, pero también debes una explicación sobre por qué perdiste el control de lo que la gente que confió en ti puso en tus manos. ¿A la próxima nos la tendremos que pensar dos veces porque la UNAM no puede garantizar que podrá “mantener el control” de sus acopios?

7 thoughts on “¿Qué pasó ayer (27-sep) en el centro de acopio del Estadio Olímpico universitario? – Tomar la fábrica sin los obreros

  1. Me permito explicar, como profesor de la UNAM, las razones del “abandono”. Existe una política de no confrontación no explícita y no oficial. Si alguien quiere tomar los espacios y la vía del diálogo no es resolutiva, se suele proceder a cederlos. Esto sucede porque ante un grupo radical asambleoso que busca por la fuerza obtener lo que no le corresponde por derecho, el uso de fuerza pública o de otra naturaleza resulta inadecuado políticamente hablando. La UNAM sufriría un cisma espantoso en aras de la supuesta autonomía, claramente mal entendida por ciertos activistas y grupos diversos. Lo que concluyo con todo respeto es que una turba de inconformes sin la menor idea de lo que allí pasaba pudo hacerse de un “control” ilegítimo porque nadie se hubiera atrevido a hacer lo correcto: desalojar a los invasores por la fuerza.

  2. Estupenda crónica, Javier. Se antoja -en serio- como ejemplo de fuente primaria. Me ha dado muchísimos elementos para seguir explicando e historizando la fragilidad e inherente controversia que implica forzosamente la construcción de la representación política (lo mismo en esta y en todas las asambleas estudiantiles o universitarias que en los congresos constituyentes de todo el siglo XIX). Igualmente, muy bien planteadas y legítimas tus dudas sobre los procedimientos y las reacciones de las autoridades. Coincido con Raúl en que la explicación que a tu juicio quedaron a deber las autoridades sobre la pérdida del control del centro de acopio es lastimosamente simple (y por lo demás trágicamente significativa de la circunstancia nacional): se perdió el control porque otros quisieron y pudieron arrebatarlo: en pocas palabras, impunidad sumada a la debilidad de los mecanismos institucionales y a la muy bien fundada falta de confianza en todo y en todos. De nuevo, gracias por la crónica y deseo que no, que nunca, la UNAM (“grande, plural”) deje de ser garantía para la sociedad a la que se debe.
    Saludos
    Rodrigo Moreno

  3. Es buena la escritura, sin embargo se culpa a una facultad y la misma no sea manifestado, deseo saber si existe material gráfico para hacer un registro de los hechos que fracturan a una solidaridad apabuyante, gracias por compartir estas lineas

  4. acudí la primera noche y nos enviaron a casa. después ví al coordinador de protección civil, un médico bastante cuadrado e ignorante, en TV UNAM, que pensaba que nomás servía la gente de arquitectura e ingeniería o médicos, paramédicos, enfermeros. Como la gente de Geología y Geografía nunca ha visto una barranca…no estuve de acuerdo y me pareció desmovilizador por ignorante. Pero otra cosa es otra cosa…que se vaya esa bola a agandallarse el acopio me pareció increiblemente oportunista. Podemos hacer críticas a nuestros-as funcionarios, a dónde se envía el acopio y modificar, pero dárselo al okupa ché??? no gracias.

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